“Este no es un hotel papi, es un ¡HOSPITAL!” El relato de cómo diablos Avelino Ríos Reyes resucitó de entre los muertos Por: Carlos Pineda...
“Este no es un hotel papi, es un ¡HOSPITAL!”
El relato de cómo diablos Avelino Ríos Reyes resucitó de entre los muertos
Por: Carlos Pineda Jiménez (portalchia.wix.com/prensa)
Impertérrito y elegante cargaba una bandeja de plata con dos corazones humanos como un menú para un convite caníbal.
Venía vestido de camisa blanca, smoking negro, zapatos relucientes y, a su alrededor, se iba agolpando el gentío que pronunciaba mortuorios vaticinios: …Ni se queja… no tiene signos vitales… no da señal de vida…
- Esas malas lenguas y habladurías fue lo último que alcanzó a escuchar en vida Avelino, junto con la extraña imagen de los dos corazones antes de entrever la guadaña cegadora.
Desbarrancado e inerte junto a su aerodinámica bicicleta yacía luego de regresar de la doble a Tabio, unos cincuenta kilómetros por el cerro de la Valvanera del municipio de Chía.
A una cuadra del tumulto que se agolpó a su alrededor, Kelly Johana Herrera, auxiliar de enfermería, con cuatro años de experiencia levantando moribundos de la calle y Gabriel, su conductor; se disponían a comerse un caliente y apetitoso platico de lechona.
Diez de la mañana, hora del refrigerio y por casualidad no corrían sirena ululante en su ambulancia de los bomberos de Chía llevando de urgencia a algún paisano en un calamitoso estado de salud.
- El rumor se aproximó a sus oídos con aspaviento y clamor popular: ¡Un herido, un muerto, un ciclista más!
Fue automático que se inhibieran sus jugos gástricos reemplazados por una metálica tensión que los puso modo estrés obligándolos a dejar sus medias nueves de carne de cerdo, arveja y arroz. Su deseo de lechona se atragantó.
Ella puso en práctica su ABC de rutina; miró las uñas en las manos de Avelino que estaban moradas, era un cuerpo frio, sin pulso, la mirada ida; aplicó un masaje al corazón, lo repitió con enjundia y sin remedió confirmó la ausencia de signos vitales.
- Entonces, lenta y con ademán de funeral se puso de pie disponiéndose a comunicar a medicina legal la presencia de un fallecido más, un muerto.
Debían venir a practicar el levantamiento del cadáver; nada que hacer. Pero, Avelino, paralizado en el piso insistiría con desespero: “Miren, escuchen, hay dos corazones en la bandeja que sostengo en mis manos, es imposible que uno de los dos no pueda funcionar”.
Sus ruegos no podían ser escuchados puesto que él ya no pertenecía a este mundo. De repente un extranjero despistado, un turista que ansiaba subir la montaña y degustar el paisaje cundinamarqués y poco acostumbrado a los tumultos de las seudo calles colombianas se tropezó con uno de los tantos desperdicios, bultos, trampas y cuerpos inesperados.
Esta vez el impase callejero era el muerto.........Don Avelino que por pura providencia se movió quizá incómodo con el traspiés del abusivo extranjero que casi lo pisa.
- Alguien del corrillo delató un signo providencial en el muerto: ¡se movió! —gritó con alarmada desesperación.
Kelly Johana volvió a mirar el “cadáver” y cambió ipso facto y para bien, una fatal decisión ya tomada. —¡Ya súbalo y vámonos! “Fue mi reflejo automático” —dijo. Y a cambio llamó a urgencias de la Clínica Chía para que dispusieran la unidad de reanimación y se activara el código azul.
Era un día de atafagos y movimientos de cierres laborales, era viernes y los minutos desfilaban implacables y demoledores.
- El cerebro del resucitado Avelino permanecía sin oxígeno ni azúcar, en pocos minutos las neuronas de la memoria morirían, las consecuencias serían irreversibles; en su cuerpo no corría sangre, su corazón se había detenido.
Avelino Ríos Reyes, un papá de 67 años, abogado, escritor de ficción y avezado deportista; acababa de sufrir un infarto y, contra todo pronóstico “pataleó” y ese simple gesto le hizo comprender a sus auxiliadores que él no se iba dejar acostar en un catafalco, que estaba dispuesto a continuar dando pelea en el ring de la vida aunque y solo en apariencia era víctima de un infarto fulminante.
La clínica Chía estaba a escasas cuadras pero el trancón de un viernes se interpuso como un monstruoso obstáculo insalvable. Gabriel lo enfrentó y entró a la clínica Chía como alma en pena; fueron determinantes esos primeros auxilios como los aterradores choques eléctricos.
- Cerca de veinte horas después era remitido a la clínica Cardio Infantil de Bogotá, otro calvario.
Los médicos que le recibieron estaban ante la alternativa de si practicar una operación a corazón abierto o poner en práctica un cateterismo. La decisión fue la más sabia: el cateterismo.
Tres días permaneció inconsciente. Su esposa, sus hijos tenían fe de sobra pero temían por un desenlace funesto, máxime cuando sus intentos paulatinos por recobrar su conciencia fueron fogonazos incoherentes.
Deliraba con la suite de un hotel cinco estrellas: “¿En qué suite me encuentro?”, “¿porque estoy aquí?, ¿acaso vine solo?”. Preguntaba cuando en ocasiones volvía en sí.
- Al día siguiente abría los ojos, trataba de sentarse y decía: “el hotel está muy lindo, la habitación confortable pero por favor colabórenme y ayúdeme a subir las maletas que se me han quedado en la recepción”.
La enfermera de turno solía hacer un gesto de compadecimiento y le seguía la cuerda: “Con mucho gusto, no se altere que ya se las subo”.
Incluso al momento de haber sido dado de alta, agradeció mucho las atenciones en la suite hotelera. Poco a poco fue retrotrayendo su conciencia a su real y penosa dimensión, un proceso largo y tortuoso en el que hasta recriminó a su apesadumbrada familia: “llegamos a este hotel desde el domingo, es jueves y hasta ahora se aparecen, ¿estaban en la piscina?”
¿Cuál piscina? respondían desconcertadas, “aquí la del hotel”, ¿Cuál hotel? Se miraban angustiados dudando que responder.
- Un día su hija Sarita se atrevió y le dijo: "este no es un hotel papi, ¡es un HOSPITAL!
Muchos no podían creer que Avelino hubiera resucitado; otros, conscientes de su viaje al Hades querían saber si había visto el túnel, qué si tenía noticias de él, qué como era.
Él, categórico pero amable y comprensivo, les respondió con un NO rotundo; si como un fulminante knockout: “Ni estuve en un túnel, ni vi ninguna luz, siempre estuve ahí, parado en el andén, viendo la calle, la gente, los curiosos que se amotinaban en torno a mi cuerpo caído, me veían allí con una chaqueta verde reflectiva, inerte tirado en el suelo”.
- Lo repetía una y otra vez con paciencia, como quien proviene de otra dimensión y hasta lo pregonó en tono filosófico: “me apagué en forma repentina e instantánea como se apaga un bombillo, alguien movió el interruptor y el motor de mi vida se apagó, al instante, todo quedó a oscuras”.
Semanas y hasta meses le duró esa nueva piel coloreada de “atortolamiento” que se le adhirió a ese duro cuero descendiente de iracas y caciques de Tobasía.
Un día en medio de esos nubarrones de confusión pidió que lo llevaran hasta el lago del parque Simón Bolívar de Bogotá y allí con una libretica en las manos se sentó en un prado a recapitular.
- Respiró profundo, como queriendo llenar sus pulmones con ese aire fresco de la vida, escuchó con atención los latidos de su corazón como algo increíble mientras escribía: “Me pareció que si cerraba los ojos, me encontraría en la antesala de la muerte de la cual no habría camino de retorno. Era como si me hubiera estado diluyendo en el infinito de mi oscuridad (…) Concentré mi mirada en el lago, en su superficie. En la mansedumbre de sus olas que me traían alegrías, se llevaban dolores; me traían recuerdos se llevaban desvelos, me devolvían sueños se llevaban decepciones, me traían esperanzas”.
Para dar testimonio periodístico de ese singular acontecimiento de resucitación me puse cita con Avelino en la falda del cerro de la Valvanera de Chía, Avelino quería volver a pisar ese camino empedrado con su bici.
En medio de ciclistas, caminantes y trotadores me fue relatando lo que para él fue una suerte de milagros consecutivos.
- Le hice ver qué si no se hubiese aparecido el “extranjero”, no estaría contando el cuento.
Le pregunte en tono de mofa que si ese podría haber sido un enviado de Dios. “Pudo ser” dijo y reímos. Pero más providencial fue la anónima voz que alertó que se había movido.
¿Ese quién sería, un ángel? Pensativo contra preguntó “¿Y la enfermera qué no hizo oídos sordos? - Y el hecho de no haber quedado descerebrado.
¡Fueron varios milagros! ¡Todos, fueron un milagro! Exclamó feliz y aceleró su bici que se precipitó por la peligrosa bajada del cerro como adolescente irredento.
Avelino es tallerista del grupo de escritores del taller de narrativa de la Tinaja de Chía donde hizo un ejercicio de auto ficción con esa experiencia límite que tituló: “Sombra y Luz” un relato que termina con estas reflexiones: “Esta vez el azar jugo en favor de la vida, otras veces la casualidad es inversa. Ahora pienso que la vida es como un lago, manso y pleno de luz en la superficie, pero oscuro, misterioso y convulso en las profundidades”.
📌La entrevista
¿Cuál fue su viacrucis? —Un infarto fulminante al miocardio me votó al piso sin signos vitales, no respiraba ni palpitaba, las uñas estaban amoratadas. No respondí a los masajes del pecho pero me salvó una voz providencial que dijo: movió un pie y la paramédica cambio su decisión de darme por muerto.
¿Le dieron choques eléctricos? —Si. Como si me hubieran reiniciado, como cuando empujan un carro y prende.
Ya me contó que se ha tomado sus cervezas… ¿Cómo le sentaron?—Muy bien (risas). Si usted de repente despierta y reconoce que está vivo es para celebrar, ¿o no?.
Tiene Usted un cerebro especial, ¿piensa donarlo? —Jaja ja. No, no lo creo. Bueno, fue una suerte de milagros que no quedaran secuelas que podían ser muy graves, invalidez, pérdida parcial de la memoria, pérdida del equilibrio, trances raros.
¿Cómo así que el infarto al parecer se produjo por tirárselas de chino, por extralimitarse en el ejercicio? —Si es que los médicos me explicaron que un infarto al miocardio no solo se produce por un taponamiento de grasa en las arterías. Ya por la edad el exceso ejercicio hace que se desprendan unas plaquetas de las arterias que van formando grumos, coágulos que luego empiezan a circular por las arterias y a veces pasan al cerebro, produciendo un derrame o trombosis; y otras veces pasan al corazón produciendo el infarto. Cualquiera de las dos puede suceder.
¿Entonces no fue por exceso de chorizo, longaniza y morcilla? —No. Los médicos me dijeron que si tengo una reducción del 30 por ciento, algo normal para mis casi setenta años. Por eso no fue necesario hacer una operación a corazón abierto sino un cateterismo por la ingle.
Podría explicarlo? —Introducen una cámara monitoreada desde un computador que va circulando por la vena y lleva un taladro y un resorte comprimido, (sten) que llega donde está el taponamiento que se taladra y ahí sueltan el resorte para que la arteria se expanda.
¡Qué maravilla! y lo debe soltar horizontal porque vertical no serviría. —Sí, desde luego.
Pero luego de veinte horas que pasaron entre el momento de los choques eléctricos y la remoción del coagulo ¿Cómo pudo sobrevivir?, ¿Qué le hicieron en la unidad de reanimación de la clínica de Chía (aparte de los choque eléctricos) antes de llegar a la Cardio Infantil en Bogotá y mantenerlo vivo todas esas veinte horas antes del cateterismo? - Conectado a máquinas y con medicamentos que adelgazan la sangre para que pueda irrigar el corazón y alimentar el cerebro.
El otro obstáculo era que tampoco fue fácil encontrar una unidad de cuidados intensivos libre en medio de la pandemia. Solo después de veinte horas se avisó a la Clínica Chía que había una cama libre en la Cardio Infantil.
¿Cómo eran los corazones que usted vio cuando se cayó de la cicla, sangraban? —No. Completamente limpios.
¿Cómo interpretó esa extraña imagen? —Alguna persona me dijo que ese corazón era el de mis hijos, el de mi esposa. Pero la gente siempre me preguntó que si vi el túnel.
¿Y qué les respondió? —Ni estuve en un túnel, ni vi ninguna luz, siempre estuve ahí, parado en el andén, viendo la calle, la gente, los curiosos que se amotinaban en torno a mi cuerpo caído, me veían inerte tirado en el suelo, los ojos abiertos, idos y vidriosos. Pero yo les clamaba que no había muerto, que era imposible que uno de los dos corazones no funcionara.
¿Alguna vez había sufrido un trance semejante? —No. Ahora que recuerdo una hernia umbilical. Tenía el ombligo salido y se veía muy feo (risas).
¿Cuándo decidió escribir esa experiencia? —Es que al comienzo me daba miedo hasta dormir, pues uno cree que no se va a despertar, eso es muy tenaz. Yo caminaba muy despacio, me daba como mareo, pasaron como de tres cuatro meses así. Psicológicamente queda uno muy afectado, inseguro, desvalido. Entonces un día que amanecí más repuesto me acompañaron al parque Simón Bolívar de Bogotá, llevaba un libreta y un esfero y me senté a la orilla del lago y una espiritualidad me cobijó como un renacimiento, como cuando estuve indonesia en la isla donde grabaron la película “Comer Rezar y amar” con Julia Roberts y Javier Barden; un respiró profundo, como queriendo llenar los pulmones con ese aire fresco de la vida, concentré mi mirada en el lago, en su superficie, en la mansedumbre de sus olas y comencé a escribir este relato que titulé “Sombra y Luz”.
- Don Avelino Reyes nació en el año 1.952 en el departamento de Boyacá, ahora más que nunca cree que este nuevo cuarto de hora le permitirá sentarse a escribir su novela cuyo centro orbital será su pueblo natal, Tobasia, corregimiento de la Floresta, provincia de Tundama, departamento de Boyacá. (Tobazá), era el centro religioso donde se formaba y capacitaba al sucesor del Cacique o iraca de Tundama (Duitama), el tercer centro político superior de los Muiscas; los otros dos eran Hunza, (Tunja) y Sugamuxi, (Sogamoso.
Carlos Pineda Jiménez
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